sábado, 22 de noviembre de 2008

Cuando sueño contigo (2)

Viniste a mí de pronto.
De un brinco caíste en la cama, sorprendiéndome entre sueños, amodorrado en la penumbra azul del amanecer y te abalanzaste sobre mí embriagada de un entusiasmo adolescente.

Intenté incorporarme y preguntar -sorprendido, claro- qué ocurría pero no me dejaste reaccionar cuando me encajaste un besote de antología. De esos que nos dábamos cuando nos estábamos conociendo íntimamente.
El momento duró una eternidad.
Acaricié los rizos de tu nuca, pellizqué suavemente tu cuello y dejé que mi mano gozara a la deriva por tu espalda desnuda...¡Estabas pilucha, fresca!
Cuando mi mano naufragaba en tus lomajes, tus labios se despegaron de los míos con un suave mordisco y pude ver la picardía brillando en tus ojos antes de que te esfumaras junto al bello sueño que me regalaste.
Me quedé mucho rato saboreando tu visita, la nitidez de tu peso y tu cálida tersura, los ecos de tu olor y de tu silencio...
La tarde anterior había lanzado por internet el cuento que mi amor por nuestra hija fraguó. La editorial no consideró "La leyenda de Chanchi-Chu-Lín" para publicarla.
Qué importa. Yo ya tenía mi premio.
Gracias, querida.
Ya clareaba cuando volví a dormirme.
Sonriendo.

domingo, 31 de agosto de 2008

Cuando sueño contigo (1).

Sábado 12 de julio, 2008:
Era la penumbra un silencioso jolgorio, alargado en el tiempo por las gruesas cortinas que bloqueaban la luz de la mañana en su medianía y eternizaban las acogedoras horas de la madrugada, regalando al dormitorio una tibieza que invitaba al sopor.
Muy ufana, Manena se dejaba besar y sonreía ¿Sigamos? me decía con los ojos semicerrados. Claro que sí, pensaba yo...
Nos acomodamos en el lecho tibio, muy cerca el uno del otro, ambos acostados mirando hacia el techo. Y comenzamos nuevamente este fascinante juego del sueño activo, que es aquel donde tu voluntad dirige lo que ocurre. Soñamos juntos; es decir, vivimos sueños compartidos.
Es muy divertido pues a medida que se avanza puedes comentarlo como cuando se ve una película acompañado.
Siempre ha de haber alguien que dirija pues si ambos lo hacen, aquel sueño caótico no va a ninguna parte y si llega a prosperar, son altas las probabilidades de que desemboque en una pesadilla. Así pues, Manena es quien quiere dirigir.
Tambien se debe elegir quién proyecta el sueño, que usualmente es el mismo que dirige, pero Manena, cómo no, prefiere que lo haga yo.

Encuentra más divertida mi psique.
Es como si ella, con los ojos cerrados, metiera su mano en el negro y aterciopelado saco de mi subconsciente y sacara lo primero que toca.
Galantemente proyecto mi sueño sobre ella, como si de un sueño suyo se tratara y no del mío. Ella sonríe relajadamente, las manos entrelazadas sobre el pecho...

El dragón va volando hacia el Poniente.
Luce divertido, genial . Similar al que aparece en "La historia sin fín". Un dragón oriental de cuerpo muy, muy largo y de pelaje blanco platinado, con tambien largos bigotes. Aunque su cabeza y hocico expresan fiereza, sus ojos son amables, grandes y luminosos. Una ancha y roja cinta de regalo sirve de riendas. Da varias graciosas vueltas en torno a las facciones del animal antes de llegar a las manos de la delicada figura del jinete.
Quién otra.
Es nuestra Palomita quien cabalga al Dragón Plateado. Intuyo la cara de satisfacción de su madre, a mi lado.
Las gordas nubes se suceden rápidamente. Incluso, a veces, la perdemos de vista, pues volamos en paralelo atravesando las húmedas y esponjosas volutas. El oscuro azul del zénit anuncia el ocaso del día. A la distancia, entre negros nubarrones se distinguen los relámpagos y centellas de la tormenta que va quedando atrás. Los rayos del sol, ya horizontales, juegan como un concierto caleidoscópico entre la gruesa nubosidad arrebolada y bermeja.
Ésta es nuestra autopista dorada. Nada ni nadie puede alcanzar a nuestra niñita.
Me percato que tras Paloma va gente sentada en fila india, sobre el largo lomo de nuestro mágico amigo. Son siluetas oscuras y desdibujadas que necesitan ser llevadas y Paloma es capaz de conducirlas. Y ahí va. Feliz, cabello al viento.
De pronto -quién sabe cómo y de dónde-, aparece un colibrí. Sí, un colibrí elegantemente tornasolado va volando junto al enorme hocico del dragón, quien no se ve sorprendido por el repentino acompañante, sino que parece saludarlo con un leve meneo de cabeza.
Yo, bastante sorprendido -como si todo el sueño no fuera ya sorprendente-, me despego del sueño y lo veo flotando, delicada nube, entre el cielo de la habitación y nosotros. Miro a Manena y ella, adivinándome, me levanta una ceja, sonriendo casi sin abrir los ojos. "Hay que asegurarse", me dice.
Vuelvo al sueño, buscando el significado de la frase...
Y el colibrí juguetea entre las riendas y las cabeza del dragón mientras avanza junto a él. Es evidente que son amigos. La gran bestia le regala breves miradas sonrientes y Paloma disfruta riendo de la nueva compañía.
El colibrí se acerca a la centelleante rienda y su diminuta pero portentosa ala golpetea la cinta haciendola sonar con un pequeño redoble de tambor. El dragón reacciona de inmediato y se ladea levemente a estribor, corrigiendo su rumbo un par de grados hacia el Norte.

Luego el colibrí, nuevamente con su aleteo prodigioso le hace cosquillas en la barbilla a su amigo, quien levanta la cabeza y corrige unos metros la altura de vuelo.
El colibrí es, entonces, el segundo piloto; el navegante.
Ahora vamos volando a ras de la coronilla de las nubes, rozando la barriga con un haz de luz dorada, como deslizándonos por un tobogán sideral hacia nuestro destino...
Yo, en la cama, me vuelvo hacia Manena y la vuelvo a besar. Qué genial ocurrencia.
Ahí estamos aún. Soñando juntos, felices, con nuestra hija...





* * *
Mi corazón late con fuerza. Siento una opresión en la garganta.
Lo conozco. Conozco ese sentimiento.

Es miedo; siento miedo.
-Corran la voz ¡Avisen a todos!
Sombras asustadas se desparraman por la espesura de la selva.
Bajo el sol radiante, sombras fugaces.
Fugaces como volantines. Volantines libres del hilo que los ata, pero que a la deriva esperan su tragedia inminente.
Me voy quedando rezagado.

A propósito, pues soy el único armado.
No era mía; ahora lo es.

No importa cómo. Importa que es una Kalashnikov de culata retráctil; cuerpo de madera de abedul. Está nueva. Tanto el pavonado del metal como el barniz opaco de la madera están casi intactos. Mi pulgar diestro, nervioso, repasa el switch del fusil: así, tiro semi-automático. El morral desteñido de lona encerada conserva seis cargadores. Además, una granada de fragmentación con detonador de acción retardada. De ser necesario, podría detener a una columna completa por un buen rato.
Volteo repetidas veces y chequeo, los ojos de par en par, cualquier movimiento entre la vegetación.

Nada.
Los insectos zumban alrededor.
Se acaba la selva abruptamente y comienza la tierra de cultivo, cuya extensión hasta ayer maravillosa, hoy se torna amenazante.

Vuelve el miedo.
Tengo la opción de orillar la espesura verde hasta el río, que avanza perezoso a unos cien metros de mí. Podría entonces, de manera segura, vadear río arriba hasta la aldea, camuflado por los tupidos juncales. Pero la naturaleza de mi miedo me hace mirar por última vez hacia atrás antes de largar a correr en línea recta por la huella que corta los sembrados.
Están hermosos los arrozales.
Pronto será la cosecha, mas dudo que hayan manos disponibles para entonces. Para atenderlos habría que darle la espalda al monstruo que viene tras mí.

Y voy corriendo, empujado por el viento del miedo, las velas de mis anhelos desplegadas. Corro, volantín errante, con la guerra hambrienta de vidas pisándome los talones.
Voy a casa.
Voy por mi tesoro. Nada más tiene valor en este instante; los sembradíos ni la patria ni el honor...
Le doy la espalda a la guerra para cumplir primero con mi corazón.
En lo alto de la pequeña meseta, entre el río y los extensos sembradíos, se sitúa la aldea de mi sueño. En el centro del caserío, a unos veinte metros sobre el curso de agua, se encuentra nuestro hogar. No es necesario en esa ubicación construír sobre elevados pilotes, pero así se prefirió y es entonces este alto palafito un coqueto atalaya de totora, manila y bambú que resalta por entre los chascones techos circundantes.
Llego jadeando a casa.
Hay hermosos instrumentos musicales y sedas pintadas sobre las rústicas paredes. Cortinas de cuentas tintineantes dividen los espacios interiores. Refinamiento y sencillez se conjugan obedientes al buen gusto de la dueña.

Cuánta paz se respira en nuestro hogar.
Palomita juega en medio de la sala. En el centro de nuestras vidas.

La niña acaba de disponer a un costado del recinto la esterilla sobre la cual solemos comer. Manena me siente venir y me grita que ya va a servir el almuerzo. Entra a la sala y sin dejar de servir las ensaladeras de porcelana china me mira. Está radiante. Su enorme y ensortijada cabellera es un poema con vida propia, un trigal salvaje a merced de un viento celoso. Viste un sencillo vestido recto de lino crudo y no lleva más joyas que el resplandor de su frente como diadema.
-Traje esto; les puede servir.- Y tiro sobre el diminuto sofá de seda roja un anorak de uso naval color verde con forro de brillante anaranjado y una etiqueta que dice U.S.A. Me queda holgado y, de ser necesario, podrían madre e hija cobijarse y dormir bajo él.
La vivaz mirada de Manena se detiene en la correa de cuero que cruza mi pecho.
Un cañón sobresale de mi costado; es un fusil de asalto que cuelga de mi espalda. Y de mi cintura un morral de municiones que, como si de un cascabel se tratara, luce una granada de fragmentación en su solapa.
Con su rapidez habitual va entendiendo la situación. Ladea la cabeza y presta atención a las exclamaciones asustadas de los vecinos y los confusos ruidos de sus carreras atolondradas. Las gallinas cacarean confundidas; abajo, en el embarcadero, los botes ya están siendo cargados.

Nuestras miradas se juntan y abrazadas se dirigen al amplio marco del balcón y vuelan de la mano hacia el lejano horizonte, cargado de nubarrones que tiemblan hace rato con cada cañonazo.
Bestias voladoras defecan fuego sobre los pueblos. Sus jinetes se saludan y ríen a carcajadas. En valles y montes campean la miseria y el lamento. Volantines errantes aquí y allá.
-Déjalo - Me dice - No necesitamos de nadie para vivir en paz. Déjalo.
Mis manos vuelan a sus hombros y los aferran con fuerza. La atraigo hacia mí y ella, sin dejar de mirarme, se entrega al brusco impulso con galante desdén. Su indómita melena se resiste por un instante, pero luego se abalanza sobre mi rostro y me acaricia con sus rulos y su perfume de incienso y lavanda. La beso con pasión. Casi, casi con frenesí.
Y la miro. Sólo hay paz en su mirada de miel.
Tanta dulzura me embarga el alma.
-Sólo me sentiré vivo si ustedes están a salvo. Ustedes son mi vida, mi todo.
Palomita nos mira con seriedad y luego sigue jugando, o talvez finje que juega y se ubica en un palco a presenciar nuestra escena romántica.
Voy al cuarto y en un segundo tengo puesto mi oscuro uniforme de combate. Me miro fugazmente en el angosto espejo de cuerpo entero.
Me detengo y miro con desagrado mis botas lustradas. Me recuerdan el fastidio del deber. Prefiero usarlas completamente sucias o, mejor aún, andar descalzo para sentir las señales del suelo.
Palomita me mira y sonríe con coquetería. Le lanzo un beso.
Manena no se ha movido de su lugar.
-No entendí para qué la parka.
-Ah, el ánorak.-Ella asiente y entorna los ojos, con sorna habitual: "Sí, sí, quise decir el ánorak" parece decir su semi sonrisa - Les puede servir de cobertor.
-Pero...-No la dejo terminar; la vuelvo a tomar con fuerza y la vuelvo a besar. Palomita ahoga una risita.
-Entiende: Sólo si estoy activo puedo exigir que las lleven a un lugar seguro, lejos de aquí. Aunque no nos guste, así funciona.
No hay nada bajo el cielo que me haga falta más que ustedes. Nada en absoluto me es esencial como lo es saber que Palomita está junto a tí y tú con ella.
Sus ojos me sonríen y su sonrisa se imprime en mi alma y me deja en libertad de decisión.
-Coman y estén listas para partir en cualquier momento río arriba. Ahora debo asegurarme que todos están sobre aviso para evacuar de inmediato.
Madre e hija se miran y luego miran cómo me ciño el fusil a la espalda y salgo.
Viene la guerra.

Atrasaré su llegada a mi aldea.





*

domingo, 25 de noviembre de 2007

Las cosas aquí en el norte no han resultado exactamente como esperaba.
Primero, el trabajo asignado se demoró en llegarme, lo que redundó en un volumen pequeño de dinero a recibir.
De la boleta semanal que envié a la empresa, aún no tengo respuesta. Es un monto sin importancia que sin embargo me ha hecho mucha falta a la hora de movilizarme y comer.
También me he atrasado en el pago de la pensión y es eso lo que me avergüenza.
He llamado y dejado recados a Sánchez -el subgerente de servicios- quien, al parecer, le importa bien poco cumplir con su palabra y aún menos mi suerte. Esta situación me tiene bastante abatido.
Le dí las explicaciones del caso a Mauricio, el hijo de la casera, que administra la pensión.
Se mostró comprensivo conmigo y me dio plazo hasta el viernes.
¿ Y después, qué ? Ni yo lo sé. Si la demora de mis dineros continúa, si la segunda boleta tambien cae en el vacío, me quedaré además sin techo.
Cuando cae la noche los hombres de la cuadrilla que tambien alojan aquí me invitan a la mesa y comparten conmigo un suculento plato. Sólo había comido pan los últimos días. Salvo ayer que en casa de unos clientes fui agasajado con unos porotos con rienda. Excelentes.
Me queda hacerme el optimista y esperar que en las próximas horas se me arregle el panorama.
Jueves 22 de noviembre.
Alguien me acompañó al baño público, no recuerdo quién. Un lugar maloliente y en un estado general deplorable. Era la pobreza misma, ese hospital. Justo afuera una mujer joven lloraba sin consuelo sus propias angustias. Endurecí el corazón y pasé indiferente a su lado. Yo masticaba las mías.
Tantas y tan secretas tristezas merodean en el trajín de los decadentes patios y corredores. Tan variadas pero tan hermanas, las tristezas.
Y uno adivina o intuye el drama del resto, pero sólo tiene capacidad para entender la propia situación.
Me apoyé en un pilar, agobiado. No lo podía creer. Tanto sacrificio, tantas penurias vividas juntos para terminar finalmente así.
En mi sueño Manena no moría, la daban de alta. Pero los médicos ya me lo habían confirmado.
Con amabilidad, pero sin adornos: no viviría mucho; estaba desahuciada.
No pude refrenar el llanto. Mirando el suelo, en silencio me obligaba a recuperar la calma. Manena no debía verme así.
Pero las lágrimas no se iban. Con disimulo miraba mi entorno. Tanta miseria junta. Tantas almas cabizbajas atrapadas en la agonía, enfrentadas a la evidencia de su propia vida mortal.
Saqué un pañuelo blanco de mi bolsillo ( recuerdo que de niño siempre llevaba uno ) y pronto, con la respiración aún entrecortada, seguí adelante. Total, todavía podía culpar a una repentina alergia de mi cara descompuesta y mis ojos hinchados.
En un patio interior, todo el cemento descascarado de la construcción, había un pequeño supermercado lleno, muy lleno de gente comprando por necesidad, pues la mercadería ofrecida no era la mejor y los precios no eran los más económicos.
En la custodia estaban los pacientes de alta. Llegué presuroso aunque justo en el momento indicado. Mi padre, el viejo Amado, ya estaba ahí con su rostro singularmente lúcido. Feliz de acompañar a su "Manenita".
Ella se veía bien. Aunque pálida, la frente bien alta. Me miró. Y supe que ella sabía. Y sabía que yo sabía. Y no dijo nada. Yo tampoco.
Estábamos aliviados de irnos de ahí.
El viejo Amado le ofreció el brazo. Manena me sonrió. No sé si lo hace para apoyarme o para apoyarse él en mí, me decía - lo decía a menudo - y se reía.
Caminamos de la mano hacia la salida y Manena me conversaba de lo que había que comprar para la semana y de esto y aquello, cosas sin importancia.
Pero ella sabía, estoy seguro.
Y sabía que yo sabía.
Por dentro, mi alma rota se caía a pedazos. Todavía nos faltaba vivir una agonía...
Mi despertar fue una tranquila tristeza.
Sí.
Manena estaba llamada a marchar. Y fue como mejor podía ser. Libre de todo mal, puro su cuerpo. Tres días en el infierno y antes del amanecer trascendió a la Eternidad.
Pero alcancé a decirle que la amo...

La noche anterior a la definitiva ida al hospital.
Yo la cobijaba con sumo cuidado. Cualquier roce o movimiento brusco le dolía.
Le susurraba las tonteras dulces que uno le repite a los niños enfermos...
Su cara se volvió hacia mí con su expresión de burlona incredulidad, tan típica en ella.
-Me dijiste "mi amor".
-Eh... sí, es verdad- acostumbrado a demostrar con gestos o acciones lo que por pudor o temor no se dice, de pronto me sentí avergonzado.
De callar tanto. De tanto gesto rabioso, de no ahondar en mí mismo...
El beso fue fugaz, como el paso de esa mariposa nocturna delante de la lámpara, tenue como el batir de sus alas.
-Descansa, amor, descansa...- Se durmió enseguida.

Sábado 24 de noviembre.
Como un intento desesperado, con mis últimos $200 hago una breve llamada al Call Center de la empresa. La señorita, muy atenta me pregunta cómo estoy. Sabe de mis complicaciones. Mal, le digo y le pido que el supervisor de turno me devuelva el llamado ¡ Urgente !
Estaba la señorita Lorena quien maternalmente escuchó mi tango. Le puse harto color.
Me pidió que esperara un rato y a más tardar a las seis de la tarde me tendría alguna respuesta.
No pasó media hora hasta que me llamó el mismísimo Sánchez, quien despues de mi furibundo email e innumerables recados había mantenido un apático silencio hasta entonces.
Sumamente solícito me detalló la simpleza de la solución a mis problemas. Me preguntó -y, evidentemente era lo que más le importaba- qué le había contado a Lorena. Y bueno, lo que tú sabes: que estoy pasando hambre y que ya estoy debiendo la pensión, le respondí.
Me recalcó, entonces que cualquier cosa, cual-quier-co-sa, lo llamara a él y a nadie más, o que simplemente lo pinchara; él reconocería mi teléfono e inmediatamente me devolvería el llamado.
Bueno, yo sin minutos en mi teléfono móvil no tenía más recurso que usar un aparato público y para que sepas el prefijo 055 corresponde a Antofagasta y es más que seguro que soy yo quien te está llamando...
Más tarde me volvió a llamar la señorita Lorena quien me contó que casualmente apareció por su oficina el "Jefe-jefe" y aprovechó la circunstancia para contarle mi realidad con lujo de detalles, agregando que mi conducta intachable con la empresa no hacía más que agravar una situación en sí misma inmerecida e inaceptable.
Casi me dan ganas de llorar ¡Su tango era mejor que el mío!
Me deshice en agradecimientos y me dejó invitado a acusar cualquier problema cuando quisiese.
Ayer viernes cobré el valevista por el dinero atrasado. Además, junto a él me entregaron puntualmente el segundo pago semanal.
Llevé a la pensión una pequeña torta para celebrar el compañerismo y solidaridad que me han prodigado los hombres de la faena.
Todos rieron con la ocurrencia.
Y todos nos servimos alegremente.
Viernes 7 de diciembre:
Querido Javier: Aquí les envío estas cosas para el arbolito navideño.
(...)Esta carta es para que sepas que el amor de tu mamá sembró semillas en mí y su cosecha es tuya tambien.
Aprovecho de pedirte que recuerdes que Renato seguirá siendo su nieto; por eso no olvides inculcarle valores y modales de caballero. Como tu Tata Carlos, tu papá y tú mismo, que no sobresales únicamente como un hombre honrado y trabajador sino tambien por tus buenos modales y buen hablar. No dejes que este rasgo se diluya.
Y por favor, no obligues a "Tanito" a decirme "Tata". Está claro que no le gusta. Si se acuerda de mi nombre, está bien.
Tambien quiero rogarte que no aceptes que te impongan distancias con Paloma. Ni hagas como el resto de los adultos de la familia para quienes ella es una más de sus preocupaciones.
(...) Cualquier opinión o decisión tuya con respecto a la Palito será apropiada en cuanto sea sincera y generosa. Y tu corazón es así: sincero y generoso (...)
Sábado 12 de enero:
Tendidos en la penumbra conversábamos a media voz, relajadamente, de una y otra cosa.
De pronto recordé algo y le recriminé:
- Yo siempre que he tenido ocasión te he escrito mis pensamientos, en cambio tú nunca me has escrito nada a mí.- ¿Cómo que nunca?-, me levantó sus finas cejas, jugando a desafiarme.- Yo siempre anotaba: Lo que me decías, lo anotaba; lo que te callabas, lo anotaba; y de lo que pensaba y sentía tambien tomaba nota.- Y me puso su cara de alumna aplicada mostrando sus notas. Casi, casi se rió con mi expresión de incredulidad, pero se mantuvo firme con sus ojos enormes como países lejanos y su boca semisonriendo.- ¿De qué me hablas? ¿Dónde está todo eso que escribiste, entonces? - Ah, eso está todo en mi cajón. Escribía algo, cualquier cosa y lo guardaba en mi cajón; anotaba algo y ¡Al cajón!- Y me miraba su mirada clara casi seria, casi riéndose, solazándose en mi duda, en mi boba perplejidad.
Era tan rico ese instante de intimidad, cuando el calor mutuo refresca el ánimo.
Era tan suave ese olvidarse y tan tenue ese despertar y volver a mi propio diario vivir...
¿Cuál cajón?
Manena, como siempre, de una u otra manera, me decía la verdad: toda su vida, sus más íntimos pensamientos y sentimientos, todo lo que medularmente fue y lo que fuimos, se lo llevó al cajón...
Lunes 28 de abril:
He estado flojo para escribir. Flojísimo.
Creo que anotar todas y cada una de mis tribulaciones no hace más que debilitar mi ánimo y, claro, tampoco quiero que esta crónica que algún día -espero- leerás, se convierta en un lloriqueo interminable. No quiero aburrirte con tanta pena pero tampoco quiero dejar de escribir lo mucho que me haces falta. Es, en realidad, lo más doloroso de esta nueva vida que llevo.
Cuando sueño, Manena siempre está presente. Como si su presencia además de permanente fuera de lo más normal. En las situaciones más insólitas, ahí está ella de pie o sentada (ya no fuma), leyendo algo como al descuido o talvez tejiendo; o picando unas verduras para la cazuela. Siempre en un discreto segundo plano lo observa todo con perfecta tranquilidad, casi riéndose de las tonteras que sueño.
Pero desde hace poco un nuevo personaje se ha sumado a mi galería onírica. Es una niñita de ojos brillantes como estrellas.
Por la puerta de la cocina Manena te dice que salgas al patio mientras ella prepara un oloroso almuerzo.
A través de una ventana se vislumbra la sombra de tu abuela que merodea dentro de la casa.
(Me parece escuchar la música de "Tiburón": tan-tan... tan-tan)
Sales de la casacorriendo y llena de risa me gritas:
- ¡Hola!- Pero encojes los hombros y te llevas una mano a la boca; tu alegría puede ofender a tu abuela, lo sabes.
- Hola, Palomita- Y nos estrechamos en un abrazo largo, largo, como si toda la mañana se nos pasara mientras nos balanceamos como nos gusta, diciendo:
-Mmh, mmh...
La sombra aparece en la cocina, mientras mamá va de aquí para allá, maestra de la alquimia. Un brevísimo diálogo del cual no escucho nada por más que estiro la oreja.
Manena hija trabaja en la luz, sus contornos los distingo claramente. Su tranquila seriedad, sus blancas manos siempre en movimiento. Manena madre se mantiene en la sombra y rápidamente se aleja con silueta difusa.
Nosotros:
- Mi amor, mi amor, no sabes lo que te he extrañado, cuánto me haces falta, mi vida- Las emociones, las palabras se apelotonan y luchan entre sí para salir primero de mi boca y yo me esfuerzo para que no se conviertan en torpes balbuceos.
Me miras sonriendo; seguramente mi palabrería marcará época por lo cebolla.
- Sí; ya lo sé.
- ¿Ah, sí? Y que si no nos hemos visto no es porque yo lo quiera así y...y aunque esté lejos mi corazón está siempre, siempre contigo.
- Mh, sí, lo sé.
- Todos los días pienso en tí, mi amor y siempre me imagino que te abrazo y te beso, como ahora.
Me haces tanta falta, "Chanchichurri".
- ¡Lo sé!
- Oh...¿Sabes que no tengo a nadie que me saque los pelos de las orejas?
- Ah, ja, ja, ja, ja...sí, tambien.
- Pero... ¿Cómo sabes todo eso, Palomita?
-Ah, mi mamá me dijo...
Y manena sonríe mientras cocina.
(...)Me gusta pensar que si a veces sueño contigo es que a veces tu tambien sueñas conmigo.
Jueves 9 de mayo.
Hace un año que Manena no está con nosotros.
Tranquilamente caminé por el parque, mochila al hombro y tres rosas blancas en la mano.
A la distancia la ví.
- No -me dije-, no es la única vieja gorda en el mundo...
Me parecía ver entre los arbolitos la silueta de la abuela de Paloma, mi ex-suegra.
Emociones e imágenes se agolparon en mi mente. Una sensación nada grata, para ser sincero.
Era ella, justamente.
Me daba la espalda.
Un hombre desconocido para mí y Francisca, una de sus hijas la acompañaban.
Me dirigí hacia ellos sin quitarles la vista de encima. La abuela miró por encima de su hombro y si me vio, no lo hizo notar.
Esa extraña sensación, ya conocida por mí, comenzó a invadirme y a aumentar de intensidad a medida que me acercaba a ella.
Es como si se pudiera percibir la entrada a su esfera de mentiras y oscura influencia.
El corazón se me asusta y melate con fuerza. Pero no me permito flaquear.
Me detengo justo al lado de la anciana, pero medio metro atrás.
Se ve sana, su cabello bien cuidado. Irradia fortaleza.Conozco su fuente.
Como para comprobar algo voltea hacia atrás pero ni siquiera alcanza a fijar su mirada en la mía. Dando un suspiro que más parece un resoplido, se vuelve rápidamente hacia adelante y no se mueve más, salvo el movimiento arriba-abajo de su mano con el cigarrillo.
Intercambia palabras sueltas con Francisca, quien frota la lápida devotamente con un pañito. Siempre hay alguien que le hace el trabajo a esta señora, pienso mientras contemplo el amoroso afán de quien fue mi más estimada cuñada. Tambien me ha visto y en un movimiento como al descuido, disimuladamente, mientras termina de sacarle brillo a la tumba de su hermana, me saluda con un guiño. Le respondo con idéntica picardía, sabiendo claramente lo que significa ese intercambio: vacía simpatía. Le importa demasiado la opinión de su madre hacia ella y no dejará de ser peón de sus caprichos. Tampoco dejará de posar como la "chica buena onda" para el resto del mundo.
La anciana casi no se mueve, sólo mira a intervalos el suelo a su lado izquierdo.
Sí, ahí está la molesta sombra junto a ella.
Deciden ir a visitar la tumba de una Pamela a quien no conozco y al fin siento que el lugar y el momento me son devueltos. Puedo divagar perdidamente a mi entero gusto.
Puedo sentir que mi dolor ha sanado enormemente. Talvez en lugares como éste dejamos caer nuestros recuerdos en el río del tiempo para poder recuperar el viento, las nubes, los árboles, el olor del pasto recién cortado...
Hace un año que Manena no está con nosotros; hace un siglo que no te veo. Las tres rosas que siempre le dejo en su lecho a Manena representa la familia que formamos. No es que no considere para nada a tus hermanos pero es a tí a quien ayudé a criar y fue en esa tarea que de a poco me hice tuyo para siempre.
Espero que ninguna garra egoísta arranque este ramito antes que lo veas.
Un año ha pasado ¡Un año!
Y ha sido tan largo. Como cuando era niño y cada Año Nuevo distaba toda una vida del siguiente.
Será que al cumplir los cuarenta naceré a la infancia de mi vejez. talvez la partida de Manena fue dentro de mí como el trauma de nacer que lentamente ha de desaparecer y me permitirá seguir creciendo en este nuevo capítulo de mi vida.
¿Qué será de mí? ¿Qué será de tí, hija de mi corazón? Sólo viviendo veremos qué será del mañana.